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Contagiándonos de la vida espiritual en tiempos de COVID-19

Actualizado: 12 ene 2021

Autor: Javier Contreras Marchant - Estudiante de Pedagogía en Religión Católica PUC.

La pandemia del COVID-19 que ha azotado al mundo desde diciembre del año pasado con su origen en la República Popular China, nos ha hecho enfrentar más de cerca la realidad de la enfermedad, donde podemos encontrar más de 54, 4[1] millones de personas contagiadas en el mundo, donde Chile se ha visto afectado con 531.273[2] casos confirmados. En las primeras semanas, los contagios eran personas con rostro, nombre y familias, pero hoy la cruenta situación nos ha provocado deshumanizar los contagios y solo contemplar las desoladoras cifras que van en aumento. Por otra parte, el cuestionamiento ante la debilidad humana que se enfrenta a un virus, la muerte de seres queridos, cercanos y amigos, que también se ha ido incrementando desde la notificación del primer caso hasta hoy. Con esto trajo, familias destrozadas, en algunos países cadáveres sin poder enterrar, rituales (de exequias) sin poder realizar y ciclos sin poder cerrar, lo que genera cuestionamientos en el ser.

Esto sin duda alguna, se convierte en situaciones límites[3] que vive el hombre, las cuales aluden a las experiencias del destino, la culpa, el sufrimiento, la muerte, cuanto para el hombre sea inevitable y que provoca una zona de inestabilidad (como imagen contraria a la zona de confort), lo cual puede verse respondido o no por la espiritualidad, que se ve desafiada ante estos sucesos donde el hombre vive cuestionamientos propios que van surgiendo por la experiencia de estas mismas situaciones. Ante esta premisa podemos tener como base la pregunta ¿en qué medida la espiritualidad, puede o no ser una respuesta adecuada para enfrentar la situación de inestabilidad e inseguridad causada por la pandemia en la sociedad actual?

Se responderá considerando que la espiritualidad es una respuesta favorable ante esta pandemia y las situaciones que se viven durante ella, desde la perspectiva de la teología espiritual principalmente bajo dos conceptos de la dimensión eclesial de la vida espiritual como lo son la participación comunitaria y la mediación de la Iglesia a través de la liturgia, por otra parte el desarrollo del acompañamiento espiritual dentro de este tiempo.

Principalmente, cuando hoy hablamos de la pandemia, nos viene a la memoria el cierre de nuestras fronteras, las extremas pero necesarias medidas de auto-cuidado, el distanciamiento físico o “social”, el cierre de los locales comerciales, entre otros. Pero aparentemente para la espiritualidad significó el distanciamiento con la congregación, el cierre de lugares religiosos y de culto, que la comunidad eclesial de cierta forma se “disolviera” cada una a su casa, lo cual no fue así. Ante el eventual distanciamiento hubo un acercamiento real del grupo por medio de las distintas redes sociales o plataformas virtuales, el cierre temporal de las iglesias provocó la “reapertura” de una en cada casa, muchas familias levantaron un altar y en torno al computador, al celular o el televisor se reunieron con toda la iglesia en este tiempo de incertidumbre.

Pandemia y su relación con la espiritualidad

La espiritualidad no se puede concebir sin sus dimensiones constitutivas, dentro de las cuales se encuentra la dimensión eclesial, lo que contempla la participación de una comunidad, de toda una iglesia que es imagen de Dios, quien “es comunión de Personas, relación, amor y comunicación (misterio trinitario)”[4]. Debido a la pandemia esta vida comunitaria de la espiritualidad ha tenido que replantearse el cómo hacer comunidad, ser ekklesía, porque la autenticidad de la vida espiritual se manifiesta en la comunión eclesial.

Como respuesta a la soledad de cuarentena se nos presenta la participación comunitaria. La comunidad se hace presente cuando “dos o tres se reunen en mi nombre” (Mt 18, 20), compartiendo las escrituras y la fracción del pan (Lc 24, 30). La acción liturgica no tan solo se considera como la misma conexión con Dios o el modo en que la Iglesia influye en la vida de sus participantes, sino que también, en su profundo sentido comunitario, es así que en tiempos de pandemia se ha replanteado cada una de las celebraciones para responder a esta necesidad de hacer comunidad en la distancia. Es por esto que “las comunidades eclesiales que, ante la imposibilidad de reunirse en el templo, lo han hecho en plataformas virtuales.”[5] La espiritualidad más que una soledad en casa ha llevado a comprender que “allí, en todas nuestras casas, Dios también posee un lugar […]. La caseidad es, entonces, promesa de ser visitados por Dios”[6], la participación comunitaria se ha llevado a nuestros hogares donde Dios habita y quiere hacer tienda, es por eso que podemos ver una reinvención de la Iglesia en la Iglesia doméstica.

La liturgia como acción del pueblo. La espiritualidad cristiana no puede estar desentendida de la acción litúrgica y sacramental, la incrementación de las muertes por causa de la pandemia, la imposibilidad de poder realizar el despido cristiano en nuestros templos y la poca (in)formación litúrgica sobre el sacerdocio común ha provocado que varios se hayan quedado con ritos sin realizar. Son los sacramentos como los entiende Charles Bernard “actos del Cristo glorioso que comunican la gracia a quienes los reciben”[7]. Como acción del pueblo, la liturgia tiene un sentido comunitario, toda la participación es con una comunidad siendo la acción de la Iglesia celeste y de la Iglesia terrestre, es todo el Cuerpo de Cristo que celebra esta acción hacia Dios (anabasis) y de Dios hacia el pueblo (catabasis).

La espiritualidad en este tiempo no puede estar exenta de los rituales. Es por eso la importancia de que la liturgia responda en este periodo donde podemos hablar de una desaparición de estos. No obstante, la significación radica según Byung Chul Han en que

Los rituales se pueden definir como técnicas simbólicas de instalación en un hogar. Transforman el «estar en el mundo» en un «estar en casa». Hacen del mundo un lugar fiable.[8]

Es por esto que los sacramentos y las celebraciones litúrgicas sean tan importantes para comprender la vida espiritual, nos hacen participar en comunidad, de manera antropológica nos hacen «ser-estar en el mundo» y a la vez, desde una concepción litúrgico-sacramental ser parte del Cuerpo de Cristo mediante el bautismo.

Acompañamiento espiritual, el servicio pastoral altamente demandado. La teología espiritual considera dentro de sus aspectos centrales del desarrollo de la vida espiritual al Acompañamiento espiritual, el cual “supone la recuperación de un «servicio» humano y de un «ministerio» eclesial insustituible. Ayudar a la persona a madurar y respetar la obra de Dios”. La soledad, el encierro, las cifras de contagios y la muerte tocando cada una de las realidades de las personas ha provocado que haya una alta demanda de este servicio pastoral, el cual ha ido en respuesta de enfermos, familias que han sufrido la pérdida de un ser querido e incluso de las personas que están viviendo de manera solitaria esta crisis sanitaria. Porque se debe “continuar la obra y el mandato de Cristo de atender a los hermanos enfermos”[9], porque es propio de la acción de Cristo el realizar camino en conjunto con las personas que sufren, esto es parte de la espiritualidad, no se puede considerar la vida espiritual fuera de la experiencia del (O)otro. Es el mismo acercamiento que tuvo Dios con su pueblo, como Padre y Esposo; el mismo camino realizado por Cristo junto a sus compañeros (del latín, comedere panis, “compartir el mismo pan” Lc 24, 30) de Emaús, la misma acción del Buen Samaritano con el pobre enfermo ignorado.

El sustento de una vida espiritual caminada, complementada y enriquecida es el acompañamiento espiritual, fomentada y cultivada por los sacramentos y la liturgia donde “viene a ser un momento privilegiado para acompañar al enfermo y a quienes lloran la muerte de un ser querido de tal manera resignificar su dolor”[10].

El acompañamiento espiritual como parte del camino a una vida espiritual plena, así como Cristo resucitado, se hace presente en la realidad caminante y doliente de los peregrinos de Emaús para anunciar la Buena Nueva, así el acompañante debe actuar frente a las situaciones de dolor y sufrimiento del acompañado. Pero la actitud de Cristo y los peregrinos de Emaús, es ejemplo de vida espiritual y un buen acompañamiento, Cristo luego de la fracción del pan se retira/distancia de la vida de los peregrinos, es tiempo de que ellos maduren lo que vivieron “enceguecidos” y están ahora viviendo-viendo, es tiempo de que podamos comprender parafraseando a los discípulos ¿acaso no arde nuestro corazón en estos momentos? Donde el dolor se ha mostrado pasajero, Dios se hace presente en mi casa y contemplo el misterio de un compañero espiritual.

[1] Fuente: OMS, JHU CSSE y RTVE (elaboración propia), Datos actualizados 15-11-2020, recuperado de https://www.rtve.es/noticias/20201115/mapa-mundial-del-coronavirus/1998143.shtml [2] Fuente: Ministerio de Salud, Reporte diario 15-11-2020, consultado en https://www.minsal.cl/nuevo-coronavirus-2019-ncov/casos-confirmados-en-chile-covid-19/ [3] Concepto utilizado por primera vez por el filósofo Karl Jaspers en su obra La psicología de las visiones del mundo en 1919. [4] Pérez, L. Teología espiritual, 47. [5] Achondo, P. y Eichin, C. La liturgia ante el riesgo de la virtualidad Efectos y cuestionamientos eclesiológicos en el tiempo de pandemia. 377. [6] Ibíd. 394. [7] Bernard, Ch., Teología Espiritual, 151. [8] Han, B. Ch., La desaparición de los rituales, 7. [9] Guzmán, G. El dolor, la enfermedad y la muerte Una aproximación desde la teología litúrgica. [10] Ibíd.

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